¿Sólo para sociólogos?




Hay algunas claves que estoy segura pueden ayudarnos a revivir una sociología que contribuya a explicar cuestiones relevantes para la vida cotidiana de la gente común y corriente. La primera es partir de una verdad sencilla pero importante: todos tenemos algo de sociólogos, no hay quien pueda obviar la necesidad de explicarse el sinnúmero de cuestiones que surgen de la coexistencia con los demás. Esto es más cierto en la actualidad porque el lugar de cada persona en su contexto social está bastante desdibujado y requiere casi inevitablemente de una elaboración personal. Todos necesitamos, por así decirlo, ‘’encontrar nuestro lugar’’.

De lo anterior se deriva que el ejercicio de la sociología como profesión requiere de cultivar dos capacidades básicas: observar y escuchar. Hay que permitirnos ver y oír al mundo, al otro, para alimentar nuestra reflexión, pues son los otros los que mejor conocen y entienden aquello que yo como sociólogo pretendo explicar. Así, avivar esas facultades y aplicarlas una y otra vez, le permitirá, finalmente, decir algo más elaborado.

Tercera clave: asumirnos a nosotros mismos como uno de entre tantos otros que forman ‘’el común de los mortales’’. Desde ahí podemos dar sentido a nuestros temas de investigación y ejercer otro valor fundamental para el ejercicio de la sociología: la empatía. No es ningún secreto que elegimos un tema porque de algún modo ha estado presente en nuestra propia biografía. Esta es una verdad que los sociólogos nos empeñamos en negar en lugar de reconocer y dimensionar.

El ejercicio de esas capacidades no es nada sencillo y me atrevo a decir, no se aprende necesariamente en las aulas de una universidad, aunque con suerte ayude pasar ahí algunos años. A demás, después, de todo eso, se requiere al menos de otros dos aprendizajes para hacer llegar los resultados al público lector: saber organizar y dar sentido a toda esa información que recolectamos, y escribir bien.

Desearía equivocarme al decir que lo más frecuente que hacemos es, primero, una revisión supuestamente exhaustiva de la literatura sobre nuestro tema. Después atiborramos al lector de datos; hojas y hojas de información que generalmente acaba siendo tan abrumadora y aburrida que el lector pierde le pierde la pista. Por último las conclusiones: ahí utilizamos todos nuestros recursos disponibles para convencer de que teníamos razón en nuestras afirmaciones (las famosas hipótesis) desde antes de que empezáramos la investigación.

Saber escribir, cosa que también es un proceso, implica al menos usar las palabras justas para decir lo que queremos decir y podemos decir según la información que resultó ser relevante, y hacer el texto interesante, ameno. En resumidas cuentas, hacer de la escritura un arte.

Y ya para cerrar, una última clave: hacer todo lo anterior con humildad. Podemos elaborar aproximaciones más o menos sistemáticas de los temas que estudiamos, pero no son la última palabra. Tendremos que seguir siempre indagando, reflexionando, comunicando y, consecuentemente, corrigiendo, corrigiéndonos.

No está fácil. Hacer una sociología viva y significativa requiere de muchas habilidades, unas se aprenden en la universidad, otras fuera de las aulas y, ciertamente, hay personas a las que nomás no se les dan. smbernard@correo.uaa.mx

Publicada en Parteaguas, Resvista del Instituto Cultural de Aguascalientes, Otoño 2007, año 3 n° 10 (73-74).


contacto: benardsilvia@gmail.com

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