¡Ay Aguascalientes!, ¿yo qué hago aquí?




1992: llegué a esta ciudad con mucho de mi espíritu pionero y grandes expectativas de lo que sería mi vida aquí. Éste era mi tercer intento de huir definitivamente del Distrito Federal, esa ciudad que me parecía completamente inhabitable, y estaba decidida a hacer de Aguascalientes mi lugar de estancia definitiva.

Yo era de esas típicas personas que veía a México como dividido en dos: la capital y lo que los chilangos llamamos la provincia; toda la vida escuché a mi papá decir que ‘’todo fuera de México (léase el D.F.), es Cuautitlán”. El resto era sólo cuestión de escalas: Monterrey, Guadalajara, Puebla…, Aguascalientes, una ciudad pequeña pero cuyos habitantes eran exactamente iguales a los que yo conocía en mi lugar de origen. Todos somos mexicanos ¿o no?

Me imaginaba esa provincia mexicana tranquila, sin contaminación, sin tráfico, segura, ¡ah! Además llena de gente buena. Qué mejor lugar para hacer mi vida, para construir una relación de pareja igualitaria, criar un hijo sano, trabajar con y por vocación y, en fin, realizar mi vida. Eso era lo que necesitaba para ser feliz.

Así, armada con mis expectativas y mis recursos llegué a esta parte de la provincia mexicana. Con eso enfrenté todo aquello que iba a vivir.

Pues, para empezar, resulta que en la provincia mexicana la gente no es igual, no todos los mexicanos somos iguales. Después de años de darle vueltas, llegué a la conclusión de que una diferencia fundamental es el lugar en donde establecemos la línea divisoria lo público y lo privado. ¡Cuando llegué me parecía que aquí todo era público, sentía como si me hubieran abierto la puerta de la casa y todo el mundo se hubiera metido! Y eso tiene algo de literal, había un mensajero que siempre entraba sin tocar; un día en lugar de entrar por la puerta principal se metió por el jardín y se me apareció en el comedor. Cuando le pregunté por qué hacía eso –sí, yo pregunté enérgica, ¿por qué entra así?–, él, como la gente buena, me respondió tranquilísimamente que era más fácil que por la otra puerta. Me rindo.

Otra cuestión que me ha intrigado desde que llegué es la interacción entre los hombres y las mujeres. Los primeros años yo sentía una apatía enorme por las pobres mujeres sumisas, oprimidas y me intrigaba ese ejercicio de la masculinidad tan suave, tan esquivo, tan ambivalente. Yo pensaba en machos y me imaginaba el estereotipo de los hombres de Jalisco, gritones y malhablados, claro entre otras cosas. Después llegué a la conclusión de que aquí se ejerce una especie de machismo domesticado, sí, así lo llamé. Y seguía sin percibir, hasta hace apenas un par de años, que las familias son unos enormes clanes cuya figura central son las mujeres. Hay un matriarcado tan preeminente, tan arraigado, tan poco sutil.

En segundo lugar, la gente no es tan buena como parece. Para mí la bondad tiene que ver básicamente con dos cosas. Una es reconocer a cada quien lo que es y lo que puede hacer, ya sea por que ha sido educada para eso o porque tiene experiencia y otra es “dar la ventaja de la duda’’ o no condenar a alguien si no se tienen evidencias suficientes para atribuirle los defectos imaginados.

Pero aquí me encontré con que mi identidad social no tenía que ver ni con lo que era evidente que podía y sabía hacer, y tampoco tenía yo la ventaja de la duda. Me sobran dedos de las manos para contar a la gente, incluida la multitud de familiares políticos originarios de esta ciudad y los tres o cuatro amigos que había conocido en México y que viven aquí, que se tentaron el corazón para apelar a la parte de mi identidad que al menos ellos bien conocían. ¡No! Aquí yo era por sobre todas las cosas la esposa de, y si es que algo me quedaba, la mamá de. Y como tal debía comportarme, esposa de funcionario público de alto nivel y madre de familia debe:

Cumplir con el voluntariado. Como decía una persona, por cierto funcionaria soltera, ‘’que las viejas hagan algo ya que su marido tiene tan buena chamba’’.

Reconocer que cualquier trabajo se lo debo al puesto de mi esposo. ¡Pero si tengo un doctorado, estudié en el extranjero, tengo experiencia laboral, no estoy pidiendo nada extraordinario! Pues no, desde si decido publicar un artículo en una revista hasta si dirijo una asociación civil, lo hago porque mi marido es fulano de tal, nada que ver con mis posibilidades cualidades o competencias.

Atender a todos los eventos sociales en los que se requiera que el hombre vaya acompañado. ¡Qué labor! Comprar maquillaje y aprender a untarlo en su lugar, comprar ropa “curra” y hacer lo posible por lucirla, llegar a los eventos y ser amable, discreta, interesante… uf.

Dedicar el tiempo que sobre a la maternidad. Los hijos, deciden que decía Cortazar, son el pretexto de las mujeres para no hacer nada en la vida.

Nota para las colegas: yo había estudiado una y otra vez que el status social de las mujeres se define en función del de su pareja y aun así tardé un par de años en reconocer que lo estaba sufriendo en carne propia. ¡Esto de vivir la Sociología!

En tercer lugar, las relaciones igualitarias se construyen en un contexto social. Y eso que ya había yo estudiado con gran detalle el libro de Christopher Lash, Haven in a heartless world, en donde convincentemente argumenta que la familia, ese espacio que suponemos casi sagrado y refugio de la voracidad del mundo externo, no puede encapsularse del tejido social en su conjunto. En pocas palabras, las familias son lo que pueden ser en el entorno en el que existen.

Pues, bueno, una de las principales metas de vida era tener una relación de pareja igualitaria, en parte, por eso vine a vivir aquí: la tranquilidad y la flexibilidad de la provincia nos permitiría organizar la vida de tal manera que pudiéramos ambos trabajar y criar a nuestros hijos. Además, contaríamos con un gran apoyo: una empleada doméstica, la razón principal, según yo, por la que en México la revolución sexual ha sido tan limitada.

Resulta que cuando llegué, ya mi futuro estaba echado y yo no tenía ni la más mínima sospecha de que mis expectativas interesaban solamente a mí. Habíamos llegado con el proyecto de crear un centro de investigación que sirviera al mismo tiempo para asesorar al entonces gobernador y para hacer investigación más académica (así le decíamos) y labor docente. Así podríamos granjearnos la vida entre los compromisos laborales y los privados. Pero pasaban meses y pasaban años, y ni centro de investigación ni labores compartidas. El gobernador tenía otros planes, el padre de mis hijos estaba dispuesto a entrar en ellos y yo…, esperaría otro ratito. En el nuevo proyecto, el gobernador tendría asesor de tiempo completo, supercompleto, mi hijo tendría casi sólo mamá y de medio tiempo, y yo ¿qué onda, qué voy a hacer? Pues, me armé de valor y decidí aventurarme a crear junto con algunos amigos ese centro de investigación, ahora como una asociación civil. Pero esa batalla es sí misma es otra historia.

Creo que la más cumplida de mis expectativas cuando llegué aquí, ha sido la posibilidad de criar hijos sanos. Solamente la seguridad de esa ciudad y la limpieza de su aire en comparación con el D.F. hacen de Aguascalientes en entorno superior para la vida de cualquier niño; otras cosas que pueden superar en cantidad y calidad a los que existen aquí, tales como espacios educativos, culturales y recreativos, no pueden, a mi parecer, equipararse con cuestiones tan básicas.

Y por último, el trabajo. En este ámbito yo no debí de haber asumido un par de cosas fundamentales: la primera, que en el ámbito laboral lo que cuenta es, ante todo, tu competencia para ocupar una posición, y la segunda, que ésta pude ejercerse independientemente de los lazos de parentesco y amistad. ¡Qué ingenuidad!

Aquí las redes de parentesco y de amistad se entretejen a tal grado que los compañeros de trabajo se saben sus historias de vida con lujo de detalle, se conocen a sus familias, a sus viejas, nuevas, legitimas e ilegítimas parejas, a sus hijos, sus nietos, sus primos, a los amigos de sus amigos, ¡qué horror, yo no puedo trabajar así! Además, está el detalle de la oriundez, ¿qué tal? Me acuerdo cuando en mis primeros años de estancia en esta ciudad tomé la iniciativa de platicar con un rector y comentarle que quería yo apoyar a la universidad con alguna actividad (dar una clase, dirigir una tesis, participar en alguna comisión), la respuesta fue que la universidad tenía muy pocas plazas de trabajo y que éstas eran: primero, para las personas de Aguascalientes, segundo, para los de aquí que habían salido a estudiar el extranjero (y citaba casos con nombre y apellido) y por último, ya si quedaba algo, para las personas de fuera. Pues bueno, dije yo, seguramente Weber no hubiera creado la genialidad del tipo ideal de la burocracia de haber nacido en Aguascalientes.

Tardé unos años en reconocer cosas como las que he relatado y tengo, desde entonces, tratando de entenderlo y aprender a vivir aquí. Para alguien que cortó de un día para otro con sus lazos afectivos de familiares y amigos, que llegó sin un empleo y con la ilusión de una vida familiar equitativa, la tarea no ha sido fácil. Pero han pasado más de diez años y las cosas han cambiado algo: ya no soy esposa de funcionario público de alto nivel, ya tengo que preocuparme por las relaciones de pareja igualitarias, ya tengo un trabajo de esos del siglo pasado, con plaza definitiva, prestaciones y hasta sindicato, y he ido construyendo relaciones afectivas que me sirven de amortiguador con todas esas que no entiendo.

Todavía no estoy segura de hasta dónde podemos hablar de las culturas locales, pero la de Aguascalientes en particular me parece muy distinta de lo que yo esperaba; no se si es porque soy chilanga, si es porque viví en otro país, si tiene que ver con mi aislamiento cuando era niña y la mezcla entre el puritanismo germano de padre y el catolicismo poblano de mi madre. Pero, si mi padre tuviera razón con eso de Cuautitlán, en cualquier otra parte de la provincia mexicana me sentiría más o menos igual, y sigo pensando que la Ciudad de México es inhabitable, más ahora que tengo dos hijos. Por eso, si no es el mejor de los mundos, Aguascalientes es, ahora para mí, el mejor de los mundos posibles en México.
Publicado en La vuelta a la ciudad de Aguascalientes en 80 textos (2005). Salvador Camacho (Coord.). Aguascalientes, Consejo de la Crónica, UAA, ICA, CONCIUCULTA (219-223).


contacto: benardsilvia@gmail.com

1 comentario:

  1. Muchas gracias por compartir este texto con el que me identifiqué tanto. Una pregunta, ¿a qué se refiere con eso de la revolución sexual?

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