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Aguascalientes ya no es lo que fue hace unos treinta años. Esa pequeña ciudad donde las relaciones cara a cara con los conocidos en los espacios públicos eran tan frecuentes y numerosas, cada vez se diluye más en el anonimato que caracteriza a las ciudades grandes. La ciudad se ha diversificado y se ha tomado mucho más compleja, está bien claro que difícilmente volverá a parecerse a aquella ciudad de los setentas. Y la diversidad -social, cultural, política y económica- llegó para quedarse.

Sin embargo, -escuchando, observando y hablando con la gente de diferentes lugares de origen y tiempo de vivir en Aguascalientes, diferente suerte a la distribución del ingreso y reparto de lo que los sociólogos llamamos caracteres adquiridos como el género y la etnicidad- fácilmente se puede constatar que apesar de las enormes diferencias, todos compartimos la expectativa de que Aguascalientes sea un lugar habitable. Esto nos da un punto de partida común a la mayoría de las personas que convivimos en este espacio urbano.
Quizá a partir de lo anterior podamos buscar explicaciones elaboradas sobre muchas cuestiones que nos resultan preocupantes y encontrar posibles soluciones a los problemas sociales que se nos han vuelto cada vez más evidentes. En este punto es indudable que hay un gran consenso en cuanto a algunas cuestiones fundamentales independientemente de las grandes y variadas diferencias que hemos testificado en estos años, todos queremos vivir en paz, sin violencia familiar y social, con jóvenes y adultos libres de adicciones, con seguridad pública y en un estado de derecho que respete y proteja nuestros derechos humanos.
El problema que debemos enfrentar, más que aquello que todos queremos para la ciudad, escriba en las diferencias que tanto los ciudadanos como los gobernantes consideramos prudente y necesario hacer para que esto se cumpla. Y aquí hay al menos dos cuestiones de cuidado, dos peligros, que no podemos permitir.
  • La primera: que la añoranza por el pasado nos lleve a querer imponer a toda costa una homogeneidad entre todos los habitantes, segregando y estigmantizando a aquellos que son diferentes.
  • La segunda, que esas cuestiones fundamentales en las que de principio estamos de acuerdo, se cumplan sólo para grupos sociales privilegiados y no para todos los habitantes de la ciudad.


Equidad y democracia. Quizá estas son las palabras más útiles para señalar las luchas y movimientos sociales que han definido al siglo veinte mexicano. Con todo, México ingresa al próximo milenio sin resolver realmente su notoria desigualdad social y sin terminar de institucionalizar su vida democrática. El dilema se centra en cómo edificar los eslabones institucionales y sociales que generen más equidad a partir de una mayor participación ciudadana. Así, la añeja pregunta de qué hacemos con los pobres, da lugar a otra muy diferente: ¿que están haciendo los pobres no sólo para sobrevivir sino para superar su pobreza y acceder a un mayor bienestar? No hay respuesta sencilla a ello pero sí podemos partir de una certeza: la solución no parece encontrarse dentro de los parámetros tradicionales y actuales de la política social del Estado mexicano, ni tampoco en los mecanismos del mercado. Más promisorio resulta volver la mirada hacia la sociedad misma y reflexionar sobre las formas en que los ciudadanos se están organizando hoy para alcanzar mayor bienestar y equidad. De ahí que sea necesario trazar un perfil comprensivo de esta participación social y ver sus alcances y límites para edificar una sociedad más abierta e incluyente.

Este libro ofrece, a partir de la experiencia reciente de Aguascalientes, un análisis riguroso e imaginativo de la participación ciudadana en México y un testimonio vivo y fidedigno de esa experiencia social, pero a la vez profundamente personal, con la que día a día los ciudadanos desde sus colonias y barrios están tratando de mejorar sus condiciones de vida.


Se ha dicho con frecuencia que México es un país a los mitos, los héroes equívocos y las fechas fundacionales. Una y otra vez lo ratificamos fundando o inventando el curso de nuestra historia o, al menos, procuramos reecontrar una ruta extraviada frecuentemente, 1968 o la generosidad democrática del movimiento estudiantil; 1985 o la autorevelación de la sociedad civil; 1998 o el año del último fraude hegemónico; 1994 o el redescubrimiento del México profundo son algunas de las fechas decisivas en esta memoria histórica tan ávida de fechas paradigmáticas que, pese a todo, no dejan de expresar sino la imperiosa y más que legítima necesidad de contar con un orden institucional democrático. Y en esta especie de topografía cívica, las elecciones de Chihuahua en 1986 ocupan un lugra especial no sólo por la ejemplar lucha por la democracia que tuvo lugar ese año en este estado, si no también por haber alentado y en varios sentidos prefigurado el tono y las modalidades, los alcances y los límites y, en fin, el lenguaje mismo de la lucha por la democracia que habriade caracterizar al México de fin de siglo. Silvia Bénard nos ofrece algunas de las claves sociales, economicas y políticas básicas para entender lo que fue y representó este episodio en la vida política de Chihuahua y del país en su conjunto. No se trata, por cierto de una exaltación o de una crónica de hechos si no más bien de una reflexión entorno a los diversos y complejos significados que tiene en un país como México el edificar una vida institucional democrática donde los derechos y responsabilidades de la ciudadanía sean el elemento central. Se trata así de una contribución notable para entender un capítulo esencial en la historia reciente del país.



contacto: benardsilvia@gmail.com

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